Crecí en un hogar que profesaba la religión católica en los 90’s y con ella venían los domingos de misa, cuadros de santos y vírgenes en la casa, las fiestas de primera comunión, la comida especial en cuaresma, las novenas a los santos, serenata a la virgen de Guadalupe, la imagen de los antorchistas en diciembre y la idea de una boda donde habría de usar un vestido blanco y por supuesto el entendido de que mi vida sexual debía empezar tras la boda.

Y en cuanto a la sexualidad puedo recordar la primera vez que caí en cuenta de que había un discurso diferente si se era hombre o mujer en la esfera de la religión. Fue durante mis clases de catecismo, previas a la primera comunión, y donde se veía ese mandamiento que dice “No desearás a la mujer de tu prójimo”. Porque hasta ahí toda la lista de reglas había sido construida en general, ya saben, no robaras, no mataras. Todo bien, todo comprensible y sin especificación de si el mandamiento era para hombres o mujeres ya que todos y todas somos hijos e hijas de dios. Seguí leyendo la lista ya que en ese momento pensé, con mi cabeza de 10 años, seguro ahora sigue el de nosotras “No desearás al hombre de tu hermana” o algo así, pero no, ese mandamiento nunca apareció. Y por supuesto la maestra de catecismo nunca explicó a profundidad ese mandamiento ni por qué sólo hacía mención de estar construido para los hombres.

Pero sí vería más tarde que el deseo era algo que estaba vetado, prohibido, clausurado para las mujeres, o al menos en la cabeza de los patriarcas de la iglesia lo estaba. Y por el contrario habían muchas menciones de la responsabilidad de Eva de ser la causante del pecado original o de Betzabé por seducir al rey David, aunque ella ni enterada ya que sólo estaba tomando un baño, o de la maldad de Dalila con Sansón. Y claro, la suprema, admirada y siempre ejemplo máximo de la inmaculada María como sierva del señor que sólo dijo “Hágase en mi según tu palabra”. Como mujer Meridana, Yucateca, Mexicana, Latinoamericana puedo decir que es necesario, vital y urgente poner al centro de la conversación el papel de la religión como un factor medular en la construcción de la sexualidad de miles, millones de mujeres. Construcción que ha dado como resultado muchos problemas a las mujeres para poder conectar con su cuerpo y con su placer.

Porque en primera instancia las mujeres somos seres humanos con todas las potencialidades y necesidades que implica tener un cuerpo físico. El deseo es un elemento fundamental en la vida, es la materia prima para el hacer y concretar proyectos. Y por supuesto en el aspecto de la sexualidad las mujeres deseamos y somos capaces de experimentar maravillosos placeres, somos sujetos de placer no únicamente objetos del placer o del deseo de un otro. Pero para interiorizar lo que eso implica es también necesario verbalizar que el deseo y el placer está en nosotras y que es un derecho. Claro, todo derecho viene con una responsabilidad, pero se nos han dado sólo las responsabilidades sin mencionar la otra cara de la moneda y ya es tiempo de nivelar la balanza.

Dime, ¿Tienes algún recuerdo sobre esas inconsistencias de trato para las mujeres dentro de la religión?, ¿Piensas que el concepto de pecado pesa más en las mujeres?, ¿Por qué?, ¿Qué impacto piensas que tienen en las mentes de niños y niñas esas narrativas sobre las mujeres dentro de la biblia? ¿Te interesa cuestionar junto con ellos esas narrativas?

Yarely Bracamontes Cetina