Lorena era una ama de casa buena y devota para con su familia. Así era como bien le habían dicho que debía ser dentro de su grupo de amigas. Con lo que ella no contaba era que su querido Jaime resultaría un hombre que trataría a su mujer como a un objeto. Cosa a la que Lorena no estaba acostumbrada ya que a pesar de que en la casa en que creció su madre igual era una “madre perfecta” su padre la quería y apreciaba.

En el hogar de Lorena, Jaime lejos de quererla y procurarla, había convertido su relación en abnegación y rotundo sacrificio por él y sus dos hijos. Quienes lejos de llamarla madre o mamá se dirigían a ella con el término “señora”. Para todo era poner por sobre todas las cosas la felicidad y bienestar del marido e hijos por encima del suyo. Lorena trabajó arduamente para sacar adelante a sus hijos ya que con el sueldo del marido las cuentas no alcanzaban. Fue así como con el sacrificio de Lorena que ambos hijos terminaron hasta la preparatoria y posteriormente empezaron a trabajar, pero seguían viviendo con sus padres y Lorena era “la señora” que se ocupaba de lo que ellos necesitaran hasta que una tarde inesperada le diagnosticaron cáncer en el riñón, por lo que tuvo que ser dializada.

Y a pesar de sus diálisis ella hasta su último aliento fue “la madre perfecta” ya que siempre tenía la comida para sus hijos y marido, la casa limpia y la ropa lavada. Fue en sus últimos días que a Lorena le fue imposible seguir cumpliendo con su rol y ya necesitaba de la ayuda de sus hijos para poder comer.

Cuando se puso grave ninguno de los integrantes de su familia quiso hacer algo por su vida y a Lorena la tuvo que ir a socorrer su hermana Helena quien la ingresó al hospital del pueblo y en sus últimos momentos juntas Lorena le dijo: Te agradezco que no los juzgues. A Helena le carcomía por dentro la impotencia de saber que a su hermana una mujer y madre “perfecta” le fuera negado el apoyo de su familia tras tantos años de sacrificio, pero lo que más le dolió fue verla morir y saber que sus hijos jamás pudieron llamarla “madre”.

Natalie Bracamontes Cetina